Aenlor.
Primera
parte.
“Soñé
con una noche en que la Luna nos abandonaba y las estrellas morían,
una a una, dejando el cielo despejado y negro, en la más terrible de
las oscuridades. Cada una de esas estrellas era alguien, una persona
que conocemos y que se consume, hasta convertirse en polvo, en
olvido. En un recuerdo perdido.
Suena más a
una pesadilla que a un sueño.
Lo sé, pero
no es lo que he visto lo que me preocupa
Entonces
¿Qué es?
La primera
estrella en extinguirse, eras tu”
-¿Capitán?-
La
voz surgió de uno de los rincones del pasillo abovedado, resonando
con cierto eco. Un Kaldorei de piel violácea y cabellos verdes, de
aspecto joven y con una armadura negra azabache, esperaba cruzado de
brazos apoyado en la pared del rincón, justo en una intersección.
Sonrió al ver que la figura que caminaba hacia el era, en efecto, su
Capitán.
-¿Dónde
se había metido?-
-Estaba
fuera, comprobando que los guardias no estuviesen bebiendo en horas
de servicio.
El
elfo sonrió con cierta condescendencia, su Capitán siempre era
rígido y eficaz, sus logros y su edad le alababan como merecedor de
su rango. Y quizá algo más. La diferencia entre ambos era notable,
el Capitán era bastante más alto que el, su armadura lucía ribetes
dorados como el color de sus ojos, y su cabello plateado estaba
perfectamente recogido en una coleta para evitar que le estorbase.
-Os habéis vuelto a afeitar, Capitán.-
-Si.
Simplemente me apeteció. ¿No deberías estar vigilando el Jardín?-
-Hay
guardias de sobra, Señor.-
-Falaer..-
El
elfo de cabellos verdes tragó saliva.
-Pensé
que... como allí están todas las personalidades... Podríais... ir
vos en persona, sería lo mejor.-
El
Capitán frunció el ceño, pero con un leve cabeceo le otorgó la
razón al soldado. Sabía que lo hacía para resistir la tentación
de unirse a los festejos, era un muchacho listo, por eso le había
escogido para este día.
-Bien.
Iré yo, ve a vigilar el camino de entrada trasero.-
El
Capitán se giró y echo a andar por el amplio y palaciego pasillo,
mientras sus pasos resonaban con eco a medida que se alejaba. Falaer
suspiro de alivio y se rascó la mejilla.
-A
la orden, Capitán Aenlor.-
El
jardín era enorme y cuadrado, situado en el centro de la enorme
Mansión. Aenlor comenzó a escuchar la música a medida que el
pasillo llegaba a su fin y daba a los portales del segundo piso,
desde el que se podía observar la fiesta que estaba en curso.
-Los
Altonatos saben como divertirse...-
Gruñó
ante el comentario en voz alta del guardia más cercano, y este se
cuadró de inmediato. Entre los arboles y junto a las fuentes, los
grupos de músicos que se habían contratado semanas antes tocaban
sus arpas y flautines, animando con armoniosas melodías la velada,
muy animadas incluso para la opinión del Capitán. Algunos invitados
bailaban acompasados a los ritmos, solos o en pareja. Otros estaban
sentados en pomposos y coloridos sofás, charlando mientras
degustaban vino tinto y comían frutas que unas fámulas les servían
a medida que iban recorriendo la zona. Un soldado pasó por detrás
del Capitán mientras completaba su patrulla.
-Una
noche espléndida, Capitán.-
Aenlor
miró al cielo, en efecto lo era. La luna, llena, brillaba con fuerza
de tal modo que no hacía falta iluminar el jardín con antorchas,
solo con algunas esferas mágicas. Las estrellas la acompañaban,
inundando el cielo negro de brillos y formas. Una sonrisa se dibujó
en el rostro del Kaldorei antes de descender la mirada de nuevo a los
invitados. Sus ropas extravagantes y exageradamente coloridas, sus
pieles pálidas y en su mayoría, sus ojos dorados. No todos eran
altonatos, pero los que no, trataban de aparentarlo, era un juego que
desde el punto de vista de un soldado como el, era una estupidez. En
ese momento de reflexión, un brillo llamó su atención, más bien
una forma.
-Es...-
Echó
a andar hasta que sus ojos podían alcanzar a ver el centro del
jardín, se apoyó entonces en la balaustrada, sacando casi medio
cuerpo al vacío, y observó. Bailaba en el centro, sola, entre todos
los invitados. Se movia como si fuera una diosa de la danza, casi
parecía que la música estaba sonando al compás de su baile y no al
revés. Quizá es que era así. Llevaba un vestido naranja, poco
ostentoso en contraste con las pulseras y collares de oro, plata y
gemas que colgaban de sus muñecas y cuello. Aun así, el vestido
daba mucho lugar a la imaginación y a la provocación, mostrando las
trazas de la piel pálida de la Elfa. Su baile era exótico y
extasiante, y pronto todos se quedaron mirándola. Sus cabellos, plateados y largos, ondeaban mientras se movía. Y entonces, se
detuvo de pronto, en seco, y sus ojos dorados como soles se clavaron
en los del Capitán. Y el mantuvo la mirada de la elfa mientras una
sonrisa traviesa de formaba en los labios de ella. Hizo un gesto casi
imperceptible con ellos, acompañado de un signo con la mano. Uno que
solo Aenlor conocía. Se giró al guardia que estaba junto a el.
-Tu.-
-¿Si,
Capitán?-
-Encárgate
de vigilar el Jardín, te dejo al mando, tengo que comprobar una cosa
urgentemente.-
-Si
Capitán.-
Aenlor
se giró sin decir nada más, entro por una de las puertas de la
balconada y bajó una escaleras, perdiendose en otro pasillo que solo
el sabía a donde conducía.
Siguió
retrocediendo hasta que su espalda golpeo la pared, y entonces ella
le arrinconó mientras sonreía de forma maliciosa. Era más baja que
el, e increíblemente hermosa, como si su rostro hubiese sido
esculpido según un modelo áureo. Y sin embargo, Aenlor sabia que
albergaba algo oscuro detrás de esa faceta exterior tan brillante.
-Te
vi. Me mirabas muy atento mientras bailaba ¿Verdad?-
-Estaba
vigilando, y a vos no puedo perderos de vista, mi Señora.-
-Me
encanta como mientes.-
Se
puso de puntillas para acercarse más al rostro de el, acerco sus
manos a su vez y sus dedos largos y finos acariciaron el mentón del
kaldorei y su mejilla.
-Te
has afeitado. Tal y como te pedí.-
-Si.-
Ella
se rió, con una risa cristalina y pura. Era preciosa.
-Tonto,
me gusta más tu barba. Solo te lo pedí para ver si hacías lo que
te mandaba.-
-Pero...-
-Vuelve
a dejártela.-
Aenlor
asintió y ella rozó su mejilla con sus labios, acercándose a su oído, susurrando.
-¿Me
has echado de menos, Mi Capitán?-
-Si,
mi Señora.-
-Bien,
eso es lo que quería oir. Ya estoy aburrida de la fiesta y de todos
esos pomposos, no me gusta que me lien en sus juegos y no soporto
tener que sonreirles.-
-Os
comprendo, Mi Señora. Pero no deberíais estar aquí. Conmigo.-
-¿Por
qué?-
-Vos
lo sabéis bien, Mi Señora.-
Ella
volvió a reirse con esa dulzura antinatural, que contrastaba
totalmente con como era realmente.
-A
estas alturas, aun sigues con ese juego. Que travieso.-
-No
es travesura, Mi Señora, sabéis que...-
Aenlor
vió interrumpido su discurso cuando ella le besó, despacio al
principio, y luego con una pasión que revelaba el deseo que estaba
comenzando a arderle por dentro. Se separo de el lentamente, pero no
sin antes morderle los labios.
-Aenlor...
No quiero que olvides lo más importante.-
Deslizó
una mano hacia abajo, recorriendo el peto de la armadura. El Capitán
sintió un escalofrío cuando la mano de ella pasó por encima de la
zona de la cicatriz. La elfa no lo notó, y sonrió aun más.
-Eres
mío. Y ahora... como señora de este lugar, te ordeno que me saques
de esta fiesta y colmes mis deseos.-
-Si...
Ninriel.-
Alzó
su mano para acariciar la espalda desnuda de ella. Su mano estaba
callosa de tanto sostener sus armas, mientras que la piel de Ninriel
era suave y sedosa, como si estuviese tocando mármol pulido, pero
cálido e invitador. Ella seguía mirando por la ventana hacia las
estrellas, tapada por delante solo con la liviana sábana de su cama.
-Solo
era un sueño, Ninriel.-
-Tienes
razón. No merece la pena preocuparse. Porque tu no vas a morir
¿Verdad?-
-No
tengo intención de dejarte.-
Ella
sonrió, ese comentario le había agradado, se giró y se echo sobre
el sorprendentemente cariñosa, acariciandole el rostro y mirandole
fijamente.
-No
se te ocurra hacerlo, Aenlor, mi Capitán.-
Entonces
su sonrisa se tornó maliciosa de nuevo mientras su mano se posaba
con firmeza en la cicatriz del torso del kaldorei. Este sintió un
escalofrío y notó como se le contraía el pecho por la sensación
de agobio.
-Porque
eres y siempre serás mío.-
Le
besó de nuevo, la sombra de la ansiedad se disipó mientras le
devolvía el beso, abrazándola con suavidad, ciñendo su piel a la
de el. Acarició sus cabellos plateados mientras ella hacía lo
mismo, y se dejó llevar por el ímpetu posesivo de la elfa. Y aun
así, su mente se perdió durante unos instantes en el recuerdo del
sueño de ella, y supo que nada duraba para siempre. Ni siquiera la
inmortalidad.
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