lunes, 7 de septiembre de 2015

Aenlor. Primera parte.

Nota: Para comenzar este blog, me gustaría colocar la primera parte de una serie de mini mini mini relatos que escribí sobre Aenlor Il'ethalan, Kaldorei anciano del mundo de Warcraft. Espero que lo disfruteis.



Aenlor.

Primera parte.



Soñé con una noche en que la Luna nos abandonaba y las estrellas morían, una a una, dejando el cielo despejado y negro, en la más terrible de las oscuridades. Cada una de esas estrellas era alguien, una persona que conocemos y que se consume, hasta convertirse en polvo, en olvido. En un recuerdo perdido.

Suena más a una pesadilla que a un sueño.

Lo sé, pero no es lo que he visto lo que me preocupa

Entonces ¿Qué es?

La primera estrella en extinguirse, eras tu”





-¿Capitán?-

La voz surgió de uno de los rincones del pasillo abovedado, resonando con cierto eco. Un Kaldorei de piel violácea y cabellos verdes, de aspecto joven y con una armadura negra azabache, esperaba cruzado de brazos apoyado en la pared del rincón, justo en una intersección. Sonrió al ver que la figura que caminaba hacia el era, en efecto, su Capitán.

-¿Dónde se había metido?-

-Estaba fuera, comprobando que los guardias no estuviesen bebiendo en horas de servicio.

El elfo sonrió con cierta condescendencia, su Capitán siempre era rígido y eficaz, sus logros y su edad le alababan como merecedor de su rango. Y quizá algo más. La diferencia entre ambos era notable, el Capitán era bastante más alto que el, su armadura lucía ribetes dorados como el color de sus ojos, y su cabello plateado estaba perfectamente recogido en una coleta para evitar que le estorbase.

-Os habéis vuelto a afeitar, Capitán.-

-Si. Simplemente me apeteció. ¿No deberías estar vigilando el Jardín?-

-Hay guardias de sobra, Señor.-

-Falaer..-

El elfo de cabellos verdes tragó saliva.

-Pensé que... como allí están todas las personalidades... Podríais... ir vos en persona, sería lo mejor.-

El Capitán frunció el ceño, pero con un leve cabeceo le otorgó la razón al soldado. Sabía que lo hacía para resistir la tentación de unirse a los festejos, era un muchacho listo, por eso le había escogido para este día.

-Bien. Iré yo, ve a vigilar el camino de entrada trasero.-

El Capitán se giró y echo a andar por el amplio y palaciego pasillo, mientras sus pasos resonaban con eco a medida que se alejaba. Falaer suspiro de alivio y se rascó la mejilla.

-A la orden, Capitán Aenlor.-



El jardín era enorme y cuadrado, situado en el centro de la enorme Mansión. Aenlor comenzó a escuchar la música a medida que el pasillo llegaba a su fin y daba a los portales del segundo piso, desde el que se podía observar la fiesta que estaba en curso.

-Los Altonatos saben como divertirse...-

Gruñó ante el comentario en voz alta del guardia más cercano, y este se cuadró de inmediato. Entre los arboles y junto a las fuentes, los grupos de músicos que se habían contratado semanas antes tocaban sus arpas y flautines, animando con armoniosas melodías la velada, muy animadas incluso para la opinión del Capitán. Algunos invitados bailaban acompasados a los ritmos, solos o en pareja. Otros estaban sentados en pomposos y coloridos sofás, charlando mientras degustaban vino tinto y comían frutas que unas fámulas les servían a medida que iban recorriendo la zona. Un soldado pasó por detrás del Capitán mientras completaba su patrulla.

-Una noche espléndida, Capitán.-

Aenlor miró al cielo, en efecto lo era. La luna, llena, brillaba con fuerza de tal modo que no hacía falta iluminar el jardín con antorchas, solo con algunas esferas mágicas. Las estrellas la acompañaban, inundando el cielo negro de brillos y formas. Una sonrisa se dibujó en el rostro del Kaldorei antes de descender la mirada de nuevo a los invitados. Sus ropas extravagantes y exageradamente coloridas, sus pieles pálidas y en su mayoría, sus ojos dorados. No todos eran altonatos, pero los que no, trataban de aparentarlo, era un juego que desde el punto de vista de un soldado como el, era una estupidez. En ese momento de reflexión, un brillo llamó su atención, más bien una forma.

-Es...-

Echó a andar hasta que sus ojos podían alcanzar a ver el centro del jardín, se apoyó entonces en la balaustrada, sacando casi medio cuerpo al vacío, y observó. Bailaba en el centro, sola, entre todos los invitados. Se movia como si fuera una diosa de la danza, casi parecía que la música estaba sonando al compás de su baile y no al revés. Quizá es que era así. Llevaba un vestido naranja, poco ostentoso en contraste con las pulseras y collares de oro, plata y gemas que colgaban de sus muñecas y cuello. Aun así, el vestido daba mucho lugar a la imaginación y a la provocación, mostrando las trazas de la piel pálida de la Elfa. Su baile era exótico y extasiante, y pronto todos se quedaron mirándola. Sus cabellos, plateados y largos, ondeaban mientras se movía. Y entonces, se detuvo de pronto, en seco, y sus ojos dorados como soles se clavaron en los del Capitán. Y el mantuvo la mirada de la elfa mientras una sonrisa traviesa de formaba en los labios de ella. Hizo un gesto casi imperceptible con ellos, acompañado de un signo con la mano. Uno que solo Aenlor conocía. Se giró al guardia que estaba junto a el.

-Tu.-

-¿Si, Capitán?-

-Encárgate de vigilar el Jardín, te dejo al mando, tengo que comprobar una cosa urgentemente.-

-Si Capitán.-

Aenlor se giró sin decir nada más, entro por una de las puertas de la balconada y bajó una escaleras, perdiendose en otro pasillo que solo el sabía a donde conducía.


Siguió retrocediendo hasta que su espalda golpeo la pared, y entonces ella le arrinconó mientras sonreía de forma maliciosa. Era más baja que el, e increíblemente hermosa, como si su rostro hubiese sido esculpido según un modelo áureo. Y sin embargo, Aenlor sabia que albergaba algo oscuro detrás de esa faceta exterior tan brillante.

-Te vi. Me mirabas muy atento mientras bailaba ¿Verdad?-

-Estaba vigilando, y a vos no puedo perderos de vista, mi Señora.-

-Me encanta como mientes.-

Se puso de puntillas para acercarse más al rostro de el, acerco sus manos a su vez y sus dedos largos y finos acariciaron el mentón del kaldorei y su mejilla.

-Te has afeitado. Tal y como te pedí.-

-Si.-

Ella se rió, con una risa cristalina y pura. Era preciosa.

-Tonto, me gusta más tu barba. Solo te lo pedí para ver si hacías lo que te mandaba.-

-Pero...-

-Vuelve a dejártela.-

Aenlor asintió y ella rozó su mejilla con sus labios, acercándose a su oído, susurrando.

-¿Me has echado de menos, Mi Capitán?-

-Si, mi Señora.-

-Bien, eso es lo que quería oir. Ya estoy aburrida de la fiesta y de todos esos pomposos, no me gusta que me lien en sus juegos y no soporto tener que sonreirles.-

-Os comprendo, Mi Señora. Pero no deberíais estar aquí. Conmigo.-

-¿Por qué?-

-Vos lo sabéis bien, Mi Señora.-

Ella volvió a reirse con esa dulzura antinatural, que contrastaba totalmente con como era realmente.

-A estas alturas, aun sigues con ese juego. Que travieso.-

-No es travesura, Mi Señora, sabéis que...-

Aenlor vió interrumpido su discurso cuando ella le besó, despacio al principio, y luego con una pasión que revelaba el deseo que estaba comenzando a arderle por dentro. Se separo de el lentamente, pero no sin antes morderle los labios.

-Aenlor... No quiero que olvides lo más importante.-

Deslizó una mano hacia abajo, recorriendo el peto de la armadura. El Capitán sintió un escalofrío cuando la mano de ella pasó por encima de la zona de la cicatriz. La elfa no lo notó, y sonrió aun más.

-Eres mío. Y ahora... como señora de este lugar, te ordeno que me saques de esta fiesta y colmes mis deseos.-

-Si... Ninriel.-


Alzó su mano para acariciar la espalda desnuda de ella. Su mano estaba callosa de tanto sostener sus armas, mientras que la piel de Ninriel era suave y sedosa, como si estuviese tocando mármol pulido, pero cálido e invitador. Ella seguía mirando por la ventana hacia las estrellas, tapada por delante solo con la liviana sábana de su cama.

-Solo era un sueño, Ninriel.-

-Tienes razón. No merece la pena preocuparse. Porque tu no vas a morir ¿Verdad?-

-No tengo intención de dejarte.-

Ella sonrió, ese comentario le había agradado, se giró y se echo sobre el sorprendentemente cariñosa, acariciandole el rostro y mirandole fijamente.

-No se te ocurra hacerlo, Aenlor, mi Capitán.-

Entonces su sonrisa se tornó maliciosa de nuevo mientras su mano se posaba con firmeza en la cicatriz del torso del kaldorei. Este sintió un escalofrío y notó como se le contraía el pecho por la sensación de agobio.

-Porque eres y siempre serás mío.-


Le besó de nuevo, la sombra de la ansiedad se disipó mientras le devolvía el beso, abrazándola con suavidad, ciñendo su piel a la de el. Acarició sus cabellos plateados mientras ella hacía lo mismo, y se dejó llevar por el ímpetu posesivo de la elfa. Y aun así, su mente se perdió durante unos instantes en el recuerdo del sueño de ella, y supo que nada duraba para siempre. Ni siquiera la inmortalidad.

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