martes, 15 de septiembre de 2015

Memorias en el Hielo II

Memorias en el Hielo

II



“¿Te acuerdas de mi?”




Observé como Talismán cerraba la puerta de la habitación con llave, y después se la guardaba. Había una pequeña antesala que precedía al dormitorio de dos camas, sencilla. Observé toda la estancia a mi alrededor, pensando que quizá algún parecido de esta me permitiría evocar de nuevo un instante de mi vida pasada, pero no fue así. Aun me ardía en la mente la voz de mi madre, y no podía dejar de intentar recordar el olor a gardenias de su perfume.

-Tirias, ven, acércate.-

Talismán me esperaba junto a la mesa, sus ojos castaños estaban fijos en mi. El tono rojizo que estos poseían me inquietaba, aunque no podía admitirlo. Me acerqué.

-Desnúdate.-

-¿Qué?-

-Las cartas nos han indicado que debemos comenzar por el final ¿Recuerdas? Y eso es lo que haremos, desnúdate, por favor. Me basta con el torso, espero.-

Asentí lentamente, y luego comencé a retirarme la armadura. Solté las correas que sostenían las hombreras, y estas cayeron al suelo con un ruidoso golpe metálico. No me había fijado en el tono azulado de las placas de la armadura, era extrañamente oscuro. Me retiré los guantes, y Talismán me ayudó a quitarme la placa pectoral. Observé entonces mis manos, y para mis sorpresa no las encontré putrefactas o repulsivas, si no simplemente pálidas, blancas como si hubieran pasado una eternidad escarchadas.

-Trata de relajarte, y déjame buscar.-

-Está bien.-

No podía dejar de observar mis manos. ¿Me vería también así de pálido si me mirase en un espejo? De pronto sentí miedo por lo que pudiera ver si lo hacia, si mirase en que me había convertido. Un monstruo es lo que pensé que era, un ser que vive cuando no debería. Pero esos pensamientos tan oscuros se alejaron pronto de mi mente, cuando la voz de Talismán llamó mi atención.

-Creo que lo he encontrado, Tirias.-

Su mano era cálida, podía sentirlo. Me recorría los hombros y descendía suavemente bajo ellos.

-Aquí... hay una cicatriz que no se cerró bien. Eso quiere decir que...-

Me rodeo para examinar mi pecho, y su rostro se ensombreció cuando encontró lo que buscaba. Una herida que marcaba el otro lugar por el que fui atravesado, la causa de mi muerte. O eso creía.

-Parece que te apuñalaron por la espalda, Tirias. A juzgar por la herida, es posible que...-

Ya no podía escuchar su voz, porque ya no estaba allí.

Un bosque helado...

Corro a toda prisa, habiendo dejado el bosque atrás. Siento que he de cumplir mi misión, no hay tiempo, y las vidas de otros peligran. Tengo que salvarlos. Mis pies se hunden en la nieve a cada zancada que doy, pero no puedo detenerme, no ahora. La noche es cerrada ya, y solo mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad. Escucho a un Halcón, y entonces lo siento. Un dolor tan intenso que ahoga mi respiración, que comienza en mi espalda y me recorre todo el cuerpo.

Giro el rostro para mitrar detrás de mi, en ese momento lo que me ha atravesado la espalda sale, provocándome otra oleada de dolor. Veo algo, y mis ojos se abren confusos y dolidos. Se que no puedo creer lo que veo, se que me pregunto el por qué. Entonces me fallan las fuerzas, he conseguido girarme, pero caigo de espaldas sobre la nieve sin apenas hacer ruido.

Mis ojos quedan fijos en el firmamento. Es una noche hermosa, el cielo negro está punteado por cientos de estrellas que crean formas y figuras curiosas, algunas brillan con más o menos intensidad, otras se juntan tanto que parecen formar brochazos de color en la oscuridad. ¿Me había fijado alguna vez en como algo tan hermoso podía ser visible desde un lugar tan terrible? Pero eso no importa ahora, porque se que será la última vez que lo vea.

Siento la sangre, cálida, manar por mi espalda. Siento como la vida me abandona, apenas puedo ya respirar y mi rostro se está quedando frío. Quiero llorar, pero no puedo, quiero gritar pero no tengo voz. Siento rabia, que luego se transforma en desesperación. Y se que entonces a mi mente vienen aquellos a los que amé, a los que una vez quise. No volveré a verlos, nunca sabrán que ocurrió. Estoy cayendo lentamente en el olvido y nadie puede sujetarme para evitarlo. Sigo mirando fijamente las estrellas hasta que cada vez se van volviendo mas borrosas, hasta que mis ojos no pueden más.

...Y les evoco a todos en mi memoria antes de dejar que mi alma se marche.”


-...Ti...Tirias...-

Abrí los ojos, y me cruce con los de Talismán mirándome fijamente de nuevo. Mi mano, alzada, agarraba su cuello con fuerza, cortándole poco a poco la respiración. Tardé unos segundos en reaccionar antes de soltarla, y ella se alejó unos pasos de mi mientras se acariciaba dolorida el cuello.

-Lo siento, yo...-

-Es normal, Tirias. Mientras estabas recordando, tu propio cuerpo se estaba defendiendo. Me acerqué a ti, aunque ya sabía lo que podía pasar. Pero estoy bien, es lo que importa.-

-Podría haberte matado, Talismán.-

-Pero no lo has hecho. Has reaccionado a tiempo.-

-Talismán... ¿Por qué haces esto? ¿De verdad es solo por el oro? Ayudándome a recordar te estás poniendo en peligro.-

-Una hechicera no puede vivir del aire, Tirias.-

-Pero hay otros trabajos. ¿Quién eres realmente?-

-Soy una hechicera, Tirias, ya te lo dije. Pero si te preguntas por qué acepté este encargo, es porque también te conocí en vida. Me salvaste durante el asedio de Ventormenta, hace más de cinco años.Pero ni siquiera llegamos a hablar. Ahora dime ¿Qué has recordado?-

-Mi muerte. Fui apuñalado por la espalda, y cuando vi quien fue... me quedé impresionado y confuso. No me esperaba lo que vi. Así que creo que conocía a quien me hizo eso, por lo que fui traicionado por alguien.-

-¿Algo más...?-

-Si, recuerdo el cielo. Morí mirando fijamente a un firmamento hermoso, mientras sentía la calidez de mi sangre en la espalda y la vida escapándose de mi cuerpo poco a poco, con cada bocanada de aire que daba con desesperación. Se que recordé a varias personas, pero no se a quienes. Creo que me sentía culpable y triste a la vez por morir allí, sin despedirme.-

Miré fijamente a Talismán, que apartó la mirada de mi. Se giró y se dirigió a la habitación lentamente.

-Necesito descansar, Tirias. Y tu deberías tratar de meditar para traer algún recuerdo más a ti.-

-¿Me hablarás de esa campaña del Norte? ¿De lo que ocurrió?-

-Si, pero lo haré mañana.-

-Talismán, espera.-

-¿Qué?-

-No me has dicho quién te contrato para recuperarme.-

-¿De verdad quieres saberlo? No te traerá consuelo, Tirias.-

-Aun así, quiero saberlo.-

-Fue tu Esposa, la mujer a la que amaste y con quien te casaste en vida.-

La miré fijamente pero ella ni siquiera se volvió para mirarme a la cara. Mi mano tembló unos instantes. ¿La mujer a la que amé? ¿Cuánto había perdido de lo que aun no era consciente? No quería preguntarlo, pero las palabras brotaron solas de mis labios.

-¿Ella vive?-

-Aun no estás preparado para saberlo.-

Dicho esto, entró en la habitación y cerró la puerta. Tenía ganas de suspirar, pero no sentía la necesidad de hacerlo. Me acomodé en una de las silla de la antesala, y cerré los ojos, tratando de recordar algo, o al menos darme algo de paz durante unas horas. Sin embargo, mis pensamientos no pudieron evitar dirigirse a ella, a esa mujer desconocida a la que había amado. ¿Quién era...?

Siento la hierba fresca bajo mi cuerpo. Hace un día soleado, donde apenas una o dos nubes traviesas recorren el cielo azul, y yo disfruto de la tranquilidad del momento. Me siento feliz y lo puedo sentir en la enorme sonrisa que se dibuja en mi rostro cuando la miro y la escucho reír de esa forma tan cristalina, música para mis oídos.

-¡Tirias!-

Ríe de nuevo, con sus cabellos rubios sueltos y mojados, al igual que ese vestido celeste que tanto me gusta. Por una parte, deseo que se transparente un poco más, aunque me regaño a mi mismo por ser tan poco cortés. Sus ojos azules me miran y brillan acompañados de una enorme sonrisa, feliz al igual que la mía.

-¿Vas a venir o no?-

Ella me regala otra vez esa carcajada tan vital y bonita, y me salpica desde el riachuelo mojándome el jubón nuevo. Es tan hermosa que parece que alguien la hubiese esculpido, y la amo con tanta intensidad que no me importa nada más que ella en este momento. Me pongo en pie acompañando su risa.

-¡Ya voy!-

Echo a correr hacia el riachuelo, y ella ya está huyendo de mi agarrándose los bajos del vestido, salpicando con cada pisada que da.

Ya voy.

Ya voy, Yaribel.”


Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario