Aenlor.
Segunda
parte.
“¿Por
qué?
Aferro la
espada con fuerza. Me escuece el cuero de los guantes en la piel de
la mano, quizá es por el sudor. No logro relajar la respiración, el
corazón se me va a salir del pecho, la vista se me nubla durante
unos segundos y finalmente logro enfocarla. Apoyo mi espalda en la
roca y dejo caer la espada al suelo, sigo vivo y me sorprende, debo
de tener algunos huesos quebrados, pero la armadura se ha llevado la
peor parte. La sangre verde y viscosa de demonio sigue derramada a
mis pies, la herida que le hice en el cuello fue lo suficientemente
profunda para matar a ese guardia vil.
Giro mi
rostro hacia la derecha, y veo al resto. Están todos muertos.
Demonios y kaldoreis, no queda ninguno. No me entrenaron para esto,
no quería tener que verlo, pero otros eligieron por mi. Me levanto a
duras penas y me acerco a ese cuerpo que tengo más cercano. Al
arrodillarme cojo su arco entre las manos y luego miro su rostro, la
mueca de miedo sigue perenne pese a haber muerto, y sus ojos ya no
brillan. No debió acercarse tanto para disparar, no debió intentar
protegerme, ya no soy su Capitán, pero no logré sacarle esa idea de
la cabeza. Era joven e impetuoso, pero muy inteligente. Habría sido
un gran soldado, mejor que yo. Se llamaba Falaer.
¿Por qué?”
-Se llama Aenlor.-
Ninriel sonrió de forma dulce al ver al muchacho, que
debía ser algo menor que ella, solo por la altura podía deducirlo.
Luego miró a su Padre, imponente como de costumbre y con su espesa
barba perfectamente recortada y tildada de adornos de oro y plata con
joyas engarzadas, que contrastaban con el color azul intenso de esta.
-Tendrás que encargarte de el. Lo dejo a tu cuidado.-
-¿Por qué? Tengo cosas más importantes que hacer que
hacer de niñera de un plebeyo.-
El muchacho no alzaba la mirada, que estaba fija en el
suelo y medio oculta por sus cabellos plateados.
-Porque te servirá de lección, y ha perdido a sus
Padres hace poco, necesita compañía y yo no tengo tiempo de
cuidarle.-
-¿Ahora haces obras de caridad?-
-Nunca. Tengo mis motivos, y ahora, haz lo que te he
ordenado.-
Ninriel asintió a regañadientes, cogió de la mano al
muchacho y se lo llevó corriendo por el jardín, hasta la fuente
situada en el centro de este. Allí, se subió sobre un banco de
piedra y le señaló.
-Tu nombre.-
-...Aenlor.-
-¿Qué es lo que te ha pasado?-
-Yo... No lo sé. Hasta ayer estaba con mis Padres en
casa y me fui... y cuando regresé... ellos... ellos...-
El muchacho no aguantó y se echó a llorar, sin parar.
Al principio, Ninriel se sentía irritada, pero luego empezó a
sentir lástima. Aquel chico parecía haberlo perdido todo de pronto,
así que saltó del banco y le abrazó. Curiosamente, el le devolvió
el abrazo y hundió su cabeza en ella, sin dejar de llorar.
-No llores Aenlor... Yo cuidaré de ti. Serás mío... Y
no dejaré que te pase nada.-
Ninriel se sonrió. Y entonces comenzó a entender mejor
como pensaba su odiado Padre. Separó un poco a Aenlor cuando este
dejó de llorar, acariciándole la mejilla y sonriendole dulcemente de
nuevo. La mirada del muchacho era de necesidad, debía agarrarse a
algo que le diese seguridad ahora que su mundo se había quebrado.
-¿Lo... Lo prometes?-
-Te lo prometo, Aenlor.-
-¿Y tu cómo te llamas?-
-Ninriel.-
-Es un nombre muy hermoso.-
-Gracias, que educado eres.-
Aenlor sonrió, con inocencia. Una inocencia de la que
ella carecía, y que noto que le irritaba. Aun así, no borró la
dulzura falsa de su rostro.
-El mundo de ahí fuera está lleno de peligros, pero en
esta casa, estarás a salvo de todos ellos.-
-¿Qué clase de peligros?-
-Pues hay trolls, hay monstruos de la noche, seres de
los bosques, hombres osos... e incluso otros Kaldoreis.-
-¿Y tu no les tienes miedo?-
-¿Yo? No, no me da miedo.-
-Entonces yo te protegeré a ti de ellos.-
Ninriel no pudo evitar reírse, a carcajada limpia. Aquel
niño imberbe estaba diciendo que iba a protegerla a ella, la hija
del poderoso Altonato Zarathos de la casa de Il'Ethalan, una futura
Señora de los altonato. Pero luego, al mirarle a los ojos, a
esa abrumadora sinceridad que destilaba, tuvo la certeza de que algo
se le encendía por dentro.
-Muy bien, Aenlor. Tu serás mi guardián.-
Acarició el filo de su espada, tan pulida que podía
reflejarse en ella. Se ajusto la melena plateada en una coleta cómoda
y elegante que dejo caer hacia atrás, y luego se miró en el pomposo
espejo de la habitación. Suspiró profundamente para calmar sus
nervios, y se giró hacia la cama donde ella le observaba, tapada
solo con un liviana sábana.
-Nervioso por tu promoción ¿Verdad?-
-Si, supongo que no estaba preparado. Ingresar en la
Guardia de la Luna... pensaba que ese honor me estaría vedado.-
-Bueno, mi Padre te ha enseñado a usar tus... limitadas
dotes mágicas con suficiente eficiencia como para que te tengan en
cuenta. Además, eres bueno como militar.-
-Gracias, Ninriel.-
Ella sonrió mientras se sentaba en el borde de la cama
y miraba como su amante se acaba de colocar la capa y los adornos
para la ceremonia. Ladeo la cabeza, parecía divertirle la situación.
-Ser el protegido de mi Padre tiene sus ventajas ¿No
crees?-
-Te gusta insinuar que no me lo he ganado por mis
méritos.-
-En parte si, pero cualquier otro habría acabado como
guardia de alguna ciudad como Suramar, y tu vas a ser miembro de la
élite.-
-No me habría importado eso.-
-¿Y entonces por qué no aceptas un puesto en la
guardia?-
-Porque si lo hiciera, no podría estar a tu lado y
protegerte.-
Ninriel dejo escapar una risilla tintineante como un
cascabel y se volvió a recostar en la cama suspirando. Aenlor se
giró para mirarla, apoyándose en la mesa del tocador y ajustándose los broches de la capa y las hombreras con cuidado, solo para que
segundos después un hechizo las deshiciera y cayesen al suelo. Miro
hacia la cama, donde Ninriel sonreía con cierta picardía.
-Llegaré tarde.-
-¿Tiene pinta de que me importe?-
La ropa de Aenlor estaba ya en el suelo, incluyendo su
armadura. La coleta se había deshecho, y por voluntad propia avanzaba
ya hacia la lujosa cama, tumbadose al lado de su amante.
-Ninriel...-
-¿Si?-
-Yo te amo.-
-Lo se, Aenlor.-
-¿Me amas tu a mi?-
Ninriel esbozó una sonrisa que estaba a medio camino
entre dulce y malévola.
-Quién sabe.-
Y tiro de el bajo las sábanas, perdiéndose en un
momento que le hizo olvidarse al elfo de todas sus preocupaciones y
obligaciones.
[…]
-Ahora si que llegaré tarde.-
Aenlor se colocaba las botas a toda prisa mientras
Ninriel aun estaba bocarriba en la cama, con la respiración agitada
y riéndose. El elfo refunfuñó, pues debía hacer como una hora que
la ceremonia había empezado.
-Aenlor...-
-¿Si?-
-¿Crees que tus Padres estarían orgullosos de ti si te
vieran ahora?
-Quiero creer que si. Mis Padres eran gente honorable,
Lord Zarathos me dijo que trabajaban para el, por eso me acogió.-
-Mi padre siempre ha sido muy hábil en sus mentiras,
Aenlor.-
-¿Qué quieres decir?-
-Tus Padres siempre fueron unos nobles rivales a la
familia Il'Ethalan. Kaldoreis, pero con poder. Y mi padre los
detestaba.-
El elfo de cabellos plateados la miró fijamente, y un
destello de repentina rabia apareció en sus ojos. Antes de que se
diera cuenta, su mano estaba rodeando el cuello de la elfa y
apretando, y aun así ella sonreía.
-Su debilidad siempre fue su compasión. Es un patético
heredero de una Gran Casa. Se cree que podría convertirte en su
espada, su arma, la más afilada de todas, como burla a tu familia.-
-El los mató.-
-En el fondo, siempre lo has sabido. Te has mentido a ti
mismo, pero las sospechas estaban en tu corazón.-
-¿Y tu como sabes eso?-
-Porque te escucho soñar, me despierto cuando tu
duermes, te observo, te analizo. ¿Recuerdas? Eres mío, y nadie te
conoce mejor de lo que yo te conozco. No tienes secretos para mi.-
-¿¡Por qué me cuentas esto?!-
-Porque hoy es la ceremonia, y por tanto no hay guardias
en las alas centrales de la Mansión.-
-Siempre fuiste inteligente, pero enfocaste más tu
talento a las armas que a la magia.-
Zarathos sonreía mientras un hilo de sangre le caía
por el labio hasta la barbilla y goteaba lentamente sobre la hoja de
la espada que tenía clavada en el costado. Hizo ademán de moverse,
pero no podía, y de pronto parecía que estuviese envejeciendo
siglos en segundos.
-Yo no quería llegar a esto.-
-No... Tu no, tu no has sido el asesino. Solo eres la
espada. Para eso... te recogí.-
-Lo siento... Zarathos.-
-Una muerte siempre se acaba pagando con otra, Aenlor.-
Cada vez le costaba más respirar, tosió sangre un par
de veces y la luz dorada de sus ojos parecía apagarse. Aenlor lo
observó con una mezcla de terror y fascinación, todo ese poder,
toda esa fuerza, consumida en cuestión de segundos por una espada
clavada a tiempo y sin que pudiera prevenirlo. Que frágil era la
vida de todos, desde el más joven de los Kaldoreis hasta el más
anciano de los Altonato. Ninriel apareció a los pocos segundos por
su espalda, rodeandole la cintura, apoyando su barbilla en el hombro
de el mientras le acariciaba el costado.
-Has hecho lo que tenías que hacer.-
Zarathos miró a su hija y sonrió.
-Eres igual que tu Madre.-
-Y ojalá tu hubieses sido la mitad de inteligente que
ella, Padre.-
El viejo Altonato se rió, aunque tuvo que cortar al
poco porque de nuevo la sangre se le acumulaba. Sus ojos se
dirigieron de nuevo a Aenlor.
-Ella será la peor de tus enfermedades.-
-¿Enfermedades?-
-Si, la peor de todas ellas. La de estar enamorado de tu
propia muerte.-
-¿Qué quieres decir?-
Zarathos sonrió, pero ya había dejado de respirar a
los pocos segundos. De pronto, el elfo sintió una tristeza muy
profunda. El hombre que había asesinado a su familia yacía muerto
frente a el, pero también el que le había dado un hogar y un
propósito. Si había hecho bien o mal, no lo sabía, pero buscó su
respuesta en el rostro de Ninriel. Un rostro sonriente, pero no con
dulzura, si no con triunfo.
-Hay que renovarse, Aenlor.-
-Tu sabías que yo lo mataría.-
-Lo habrías hecho aunque fuese inocente si yo te lo
hubiese pedido.-
-¿Por qué crees eso?-
-Porque el me hubiese matado si hubiese percibido bien
la amenaza. Y tu no lo habrías permitido ¿Verdad?-
Aenlor no pudo si no asentir, y ella sonrió aun más,
triunfante.
-Eres lo mejor que me ha pasado, Aenlor. Desde que
llegaste a mi vida he podido completar mis objetivos uno a uno. Mi
fiel espada, mi gran amante. Mi Guardián.-
Los labios de ella se juntaron con los de el en un beso
cálido y con propósito de hacerle olvidar lo que acababa de hacer.
Propósito que cumplió a la perfección.
-Hmmm... Ahora vayámonos, ya encontrarán el cuerpo y lo
achacaran a un asesinato. Yo tengo que prepararme para heredar mi
título y posesiones, pero antes me apetece divertirme más contigo.-
-Como desees, Ninriel.-
-”Mi Señora”.-
-¿Hum?-
-Ahora soy tu Señora, la Lady de los Il'Ethalan. No lo
olvides.-
-Si... Mi Señora.-
Ninriel se rió con esa risa cristalina y hermosa
mientras cogía de la mano a Aenlor y tiraba de el para sacarlo de la
estancia. Había sido fácil y se notaba la alegría en su forma de
caminar y moverse, y poco antes de llegar a sus aposentos, se giró
hacia el.
-¿Qué te ronda la cabeza?-
-Después de esto... ¿Podremos estar juntos?-
-Si, pero a mi manera.-
-Eso quiere decir... ¿Qué sientes lo mismo que yo por
ti?-
-Quién sabe, Aenlor. Quién sabe.-
“De pronto, deja de doler. Noto un calor que me
recorre el cuerpo poco a poco, matando el dolor de mis articulaciones
y de mis huesos quebrados. ¿He muerto? No, si no, no estaría
volviendo a respirar. Decido volver a abrir los ojos y la veo, con
sus cabellos azules desbaratados por llevar días sin dormir ni
arreglarse, sus ojos plateados fijos en mis heridos y sus manos
iluminadas. Es el toque de Elune. La sacerdotisa ve que despierto y sonríe, me dice algo pero no la entiendo, aun me siento mareado, y
creo que ella se da cuenta al ver que me acaricia la frente y me
coloca un paño húmedo en ella.
Mi
mirada se pierde en el cielo nocturno. No estoy en una tienda, si no
en un claro con otros heridos. La noche es preciosa, tengo que
admitirlo. Ojalá ellos también pudieran haberla visto, ojalá no
estuviesen muertos. Quizá ahora sean estrellas junto a Elune, suena
a un buen final para unos guerreros valientes. Sin embargo, siento
que les traiciono, porque al vivir de nuevo, mis pensamientos solo se
van a ella. La veo de nuevo, reflejada en la Luna. Sus ojos dorados
me miran, me juzgan.
Y
yo me pregunto ¿Cuál era la respuesta a mi pregunta?”
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