jueves, 10 de septiembre de 2015

Duncan. Pecados I.

Duncan Thausam

Pecados I


El sol acaba de salir hacía poco por el este, y la ciudad de Ventormenta comenzaba a despertar ahora. Aún había algunos que despertaron antes del alba para llevar acabo sus tareas, Duncan era uno de esos, y se encontraba ahora en pie frente a la Catedral. Con un suspiro, comprobó que llevaba bien abrochada la chaqueta, que estaba alisada y que sus pantalones no tenían algún agujero traicionero. Sonrió al ver que todo estaba en orden, se peinó un poco la melena con ambas manos y se encaminó, subiendo por la escalinata que llevaba al interior del recinto sagrado.

Dejó su arma a la entrada y caminó por la inmensa estancia, donde la luz que entraba por la vidrieras hacía parecer a aquel lugar realmente un sitio sagrado. El silencio inundaba todo, apenas había gente tan temprano salvo los sacerdotes y paladines habituales, y sus pasos al entrar resonaron por la estancia.


-Duncan.-

Se giró para ver al Padre Mathew, con su habitual sonrisa cubierta por una espesa barba blanca, su rostro arrugado y moreno y su visible calva, fruto de la edad y no del sacerdocio.

-Padre. Disculpe que haya llegado tan temprano.-

-No te preocupes, Duncan. Siempre hay sitio aquí para ti, ven conmigo.-

El sacerdote le invitó a sentarse en un banco de piedra, bajo unas vidrieras, apartado de la bóveda central de la Catedral. Duncan ya conocía bien ese asiento. El padre se recogió su túnica para sentarse junto a el y le miró sin borrar la sonrisa de su rostro.

-¿Has venido a confesar tus faltas ante la Luz, Duncan?-

-Si, Padre.-

-Vienes a hacerlo cada semana ¿Tanto mal haces en tan poco tiempo?-

El tono del Sacerdote sonó en cierto modo jocoso y Duncan sonrió divertido. Mathew siempre trataba de quitarle hierro a los asuntos que pesaban sobre su mente.

-Creo que no obtengo perdón por muchas veces que vengo, Padre. Quizá mis faltas ya no tienen perdón-

-Estoy seguro de que si estás arrepentido, la Luz te perdonará, Duncan. Todos tenemos derecho a redimirnos.-

-Es lo que quiero creer, Padre. Se lo prometo.-

-Bueno ¿Y qué falta es la que te atormenta esta vez, Duncan?-

-El Odio Padre, el odio que siento hacia mi propia sangre.-

-¿Y es ese odio lo que tu consideras un pecado?-

-Mi pecado es haber sido crédulo, Padre. Mi pecado es no haber visto la oscuridad donde siempre estuvo. Y lo que ello conllevó.-

-Quizá exageras, Duncan. Odiar... es algo que puede llegar a ser natural, pero es pasajero. No siempre odiarás.-

-No, no siempre. Hasta que cumpla mi venganza.-

El Padre Mathew negó despacio, mientras los ojos de Duncan se quedaban fijos en una de las coloridas vidrieras, perdiéndose en el recuerdo...




-¡Duncaaaaaaaaaaan!-

La explosión de la bola de cañón voló por los aires la primera línea de la barricada improvisada, hecha de carromatos y mesas y casi hace volar al Gilneano de no ser porque se apartó saltando hacia atrás.

-¡Duncan, mueve el culo! ¡Vuelve aquí!-

Dunca corrió a toda prisa y salto tras la segunda línea de las barricadas, refugiandose en ella y respirando acelerado. Miró a su lado y vio a Harold Mcgregor, su amigo de toda la infancia, con esa cara de tipo malo y su cabello pelirrojo. Llevaba su chaqueta marrón favorita, demasiado elegante para venir a la guerra.

-Joder Duny, casi te parten en dos.-

-Tenía que ir a recuperar esto.-

Le mostró el mosquete sonriendo y le guiñó un ojo, trozos de astillas volaron por encima de ellos al impactar las balas de los monárquicos contra la barricada.

-Si que le coges cariño a las armas. Vaya mierda de aprendiz de herrero que eres.-

-Al menos tengo éxito con las mujeres, los Mcgregor tenéis suerte si conseguís que una cabra se fije en vosotros.-

Ambos Gilneanos rieron, Duncan le propinó un puñetazo amistoso en el hombro a Harold, luego ambos asintieron, asomaron la cabeza y realizaron un disparo con sus mosquetes para volver a refugiarse. Duncan sacó su reloj de bolsillo, aun funcionaba, miró la hora que era y se sonrió.


-Vamos bien de tiempo, aun no ha caído la noche. Con suerte Crowley llegará hasta Cringris rápidamente, y acabaremos esto de un plumazo. No quiero tener que matar a más de los nuestros.-

-Ni yo, esto se está volviendo un marrón. Ya hemos perdido a muchos.-

-La Guerra es así. No se consigue la victoria sin sacrificios.-

-Vaya, vas para general. ¿Quién te enseñó eso? ¿Anduin Lothar?-

-Eh, que yo también se leer.-

-Espero que dispares mejor que lees, Duny.-

Mientras realizaban otro disparo, un tipo enorme, alto y fornido, se acercó corriendo a ellos. Vestía una Chaqueta negra sobre la que había improvisado una armadura hecha de trozos de cuero bien amarrados en posiciones estratégicas. Duncan le saludó con un asentimiento de cabeza.

-Ey, Donelly. ¿Cómo va la cosa, Capitán?-

-Jodida, están presionando fuerte en esta calle, y si la perdemos dejamos la espalda de Crowley al descubierto.-

-Joder, pues ataquemos de frente. Démosles duro, al estilo de los del Campo.-

-Ni de coña, Duncan. Han traído cañones y nosotros no hemos ni podido sacar los nuestros aún. Las calles que llevan al almacén de pólvora están bloqueadas.-

-Cuando el venga, tendremos suficientes refuerzos como para golpearles con fuerza.-

-¿Crees que llegará a tiempo?-

-Si, es listo cuando se trata de estas cosas.-

-Bien, entonces retrocedamos un poco, no quiero exponeros a todos a esos cañones de la Guardia.-

Duncan y Harold asintieron a Donelly, “El Gigante Montegro” le apodaban sus hombres, y se decía que había acabado el mismo con dos orcos solo con sus manos. Las buenas historias siempre animan a los soldados. Un par de últimos disparos y los dos amigos salieron a la carrera, justo antes de que la barricada explotase tras ellos. Duncan volvió a rodar entre el polvo y las astillas, sintió que unas manos le agarraban del hombro y tiraban de el, y cuando pudo abrir los ojos y recuperarse del mareo de la explosión, se encontró bajo un soportal.

-Joder... Que explosión. Me sabe toda la boca a puñetera madera-

Tosió con fuerza para luego inspirar y recuperar el aliento. Entonces giró la mirada hacia su lado y vió a Harold, tirado en el suelo con su chaqueta favorita empapándose de sangre y balbuceando.

-¡Mierda!-

Sacó las vendas que llevaba en sus falquitreras y comenzó a presionar sobre las heridas de Harold. Miro a Donelly, que enseguida asintió y se agachó ayudándole.

-Aguanta, aguanta maldita sea, ya viene la ayuda.-

-Mierda, está perdiendo mucha sangre Duncan ¿Dónde está?-

-¡Vendrá! Mi hermano estará al caer, el es médico, solo tenemos que aguantar un poco más Capitán.-

-Presiona con fuerza, no dejes que se duerma.-

-¡Vamos Harold! ¡Joder, vamos!-

Siguió presionando la herida, la metralla surgida de la explosión debía haberle alcanzado por todos lados, pero no importaba, cuando llegase su hermano se encargaría de el, le había visto solucionar cosas mucho peores. Los segundos se convirtieron en minutos, a su alrededor la pelea continuaba mientras ambos trataban de contener la hemorragia. Duncan sudaba sin dejar de hablar, de maldecir, de poner más y más vendas hasta que se quedó sin ellas.-

-Vamos... Vamos...-

-Duncan, para. Está muerto.-

Miró a Donelly, con el rostro impasible y mordiéndose un labio, luego a Harold tendido en el suelo, pálido y con los ojos abiertos. Había dejado de respirar.

-No....-

-Duncan... Tenemos que...-

-¡Quietos!-

Cuando se dieron cuenta, varios guardias les rodeaban apuntandoles con mosquetes. El que parecía de más rango entre ellos se acercó, sin dejar de apuntarles.

-Crowley ha sido capturado. Os aconsejó que depongáis las armas, rebeldes. Se ha acabado. Estáis detenidos.-

Duncan miró a su alrededor, como si esperase un milagro. Le pareció ver algo moverse entre las sombras.

-¿Oliver?... ¿Oliver?-

No había nada, solo muerte, solo destrucción. Su hermano no estaba ahí para salvarlo, no podía verle. No es que lo hubiesen apresado. No había venido. La rabia le inundó por dentro, sintió ganas de rugir, de matar. Sin embargo, solo miró al frente, y después gritó.

-¡Oliveeeeeeeer!-



-¿Duncan?-

Salió de su ensimismamiento, miró al Padre Mathew y esbozó una sonrisa.

-¿Que otra falta querías comentarme, Duncan?-

El Gilneano se mesó la barba, parpadeó y sin abandonar su sonrisa contestó.


-Acerca de mis ansias de matar a un hombre, Padre.-

1 comentario:

  1. Solo puedo decir, que al leer este inicio de la historia, me ha puesto los pelos de punta... quiero saber más de este personaje!! >.<

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